miércoles, 22 de septiembre de 2021

 El juego del calamar





Varias personas de distintos rangos sociales son contactados para participar en un juego. El premio: dinero en efectivo, mucho dinero, más del que puedan imaginar. Cada uno llega al lugar y de inmediato comienza el primer reto. Para sorpresa de todos, el primero en perder recibe un balazo en la frente...

   Esta es la sinopsis de una serie de Netflix que descubrí casi por azar. Y me hacía reflexionar en nuestra inclinación reciente por los antihéroes; están de moda. Es definitivo, nos gusta la sangre, ver sufrir a los personajes para saber hasta dónde pueden resistir. Estamos del lado del villano, los héroes ya han sido exprimidos lo suficiente.

   Me cuestiono entonces sobre esa tendencia. Y sólo se me ocurre el fastidio de ver que todo va sobre ruedas; el bueno salva el día, consigue a la chica de sus sueños y gana muchos amigos, ah, sí, casi lo olvidaba, también, de ser posible, se vuelve rico en el camino. Y no podemos evitar decir ¡eso no sucede en la vida real! En la realidad no siempre logras todo lo que quieres. A veces también te va mal, la vida te golpea fuerte y caes, eso pasa todo el tiempo. Pero necesitamos la esperanza de un mundo feliz y perfecto como el que pintan en las películas donde todo sale a pedir de boca. No, ahora ya no queremos eso. Necesitamos castigar a todos esos buenazos. ¿Quienes se creen para lograr todo lo que no hemos conseguido ni conseguiremos quizá nunca? Por supuesto que debemos hacerles pagar por eso. Si no tenemos el valor de hacerlo en la vida real, por lo menos en las series y películas. Pero necesitamos cubrir nuestro menosprecio haciendo vulnerable al malvado. Es decir, el no tiene la culpa, es el entorno que ha vivido el que lo ha hecho así, la gente, el desprecio. Así que tiene todo el derecho, es más, el deber de vengarse de todos de cualquier forma. Entonces buscamos nuestro sofá favorito. Nos sentamos con un tazón de palomitas de maíz con mantequilla y disfrutamos de una serie o de una película y si es sangrienta, mejor.

martes, 21 de septiembre de 2021

 Un mundo pacíficamente violento

Imágen tomada de la red



Por:

     Rictuss Bartoccetti


   Según Aristóteles, la virtud ética superior es la justicia, no sólo eso, sino que podríamos decir que es la virtud misma, pero esta resulta de un equilibrio entre los dos extremos que expresan, por un lado la carencia de virtud y por el otro el exceso de esa cualidad. 



   Muy grande fue mi sorpresa cuando quise ingresar a mi cuenta de Facebook y noté que tenía un bloque por treinta días. Al ingresar a las opciones me encontré con la falta cometida y era una publicación en donde solicitaba cartuchos "negros" para impresora. En ese momento no supe si reír o enojarme.

   Al mismo tiempo una duda saltó a mi mente: ¿Es beneficiosa tanta censura? La respuesta me llegó de la mano de Siddharta. A grandes rasgos la siguiente: su padre, un rey acaudalado, quiso evitar a toda costa el encuentro de su hijo con el dolor, el sufrimiento, la vejez y la muerte aislándolo de todos esos conceptos. Al crecer, Siddharta se cuestionó sobre todos esos temas y, como era de esperarse, quiso averiguar sobre aquello que había sido censurado de su vida. La decepción fue enorme al encontrarse de frente con cosas tan abominables como la vejez y la muerte y saber, de pronto, que a él también le esperaba ese destino. 

   Y la parte fundamental aquí es que la prohibición causa el efecto contrario, es decir, despierta un interés incluso mórbido.  

   ¿Realmente protegemos a nuestros hijos evitando hablar de violencia cuando está presente en todos lados incluso al alcance de una app, o de juegos como Free fire? ¿O los empujamos a buscar respuestas en lugares erróneos y a satisfacer esa pequeña necesidad de caos de otra forma?

   

domingo, 8 de agosto de 2021

Padre primerizo



Padre primerizo


Por:

      Rictuss Bartoccetti


   —¿Papá? —dijo el niño, erguido sobre sus temblorosas piernitas mientras sonreía con la cabeza ladeada y los ojos fijos, sin parpadear. Eran sus primeras palabras. 

   La madre, que segundos antes estuviera junto a él, saltó de la cama llorando y tapándose la boca con ambas manos. El padre se fue de espaldas, arrastrando al suelo, junto con él, una mesita y los instrumentos metálicos que en ella estaban, provocando un tintineo chocante. Todo quedó en silencio. Por las ventanas se deslizó una luz que alternaba entre el blanco, azul y rojo. Un zumbido ensordecedor hizo temblar toda la sala de maternidad. Al instante entró por la puerta una pequeña figura con una especie de pistola en la mano. La madre se refugió en una esquina temblando sin control, el padre se incorporó de un salto para poner a salvo al bebé, pero antes que pudiera hacer algo, un chorro de sangre le azotó el rostro: la piel del infante estalló para dar paso a una figura diminuta, exactamente igual a la que ocupaba el dintel de la puerta. 


Se escuchó una voz sibilante, parecía provenir de todos lados, como si flotara en el ambiente. 


   —Por fin te conozco, hijo mío. Vamos, nuestro viaje es aún largo.

  El juego del calamar Varias personas de distintos rangos sociales son contactados para participar en un juego. El premio: dinero en efecti...